23 de enero de 2011

Admito que por ti sufro

Eres el paradigma de mi existencia, hasta en el dolor y el sufrimiento.
Cualquier padecimiento que yo pueda llegar a alcanzar no se asemejará nunca a los ya alcanzados por ti en la cruz.
Reconozco mi sufrimiento y a veces me cuesta aceptarlo, no le encuentro sentido, más te veo elevado en la cruz con los brazos abiertos y soportando un dolor que no te pertenecía.
Tú sufriste físicamente, lacerado por mis pecados; sufriste psicológicamente, humillado por mi insolencia; sufres de desamor, maltratado por mi inconsistencia, pues muchas han sido las veces que te he traicionado.
Te he negado como Pedro, te he dado la espalda como tus discípulos, te he vendido como Judas Iscariote: Tú sufres por mi incongruente actitud, pero no emites ni un solo quejido, más esperas que, como la Verónica, acuda a ti, enjugue tu rostro y te pida perdón.
Ahora bien, reconocer que sufres por mí no me aleja del dolor, mas de ti recibo la esperanza de ser consolado, aun cuando tú eres quien está colgado en la cruz.
En medio de tu dolor me sosiegas y no me dejas caer al precipicio de mi inmoralidad.
Tú eres quien me dijo “felices los que sufren porque ellos serán consolados”, por ello mantengo mis esperanzas puestas en ti.

Señor, mira mi debilidad, mi miseria, la vergüenza de mi desnudez.
Sabes bien que sin ti no puedo hacer nada y que, por tanto, necesito que permanezcas a mi lado. Sé que tú no me abandonas a mi suerte, pero reconozco que siento miedo y que sólo tú me das seguridad en la vida, ayúdame pues a seguir a tu lado, aunque sufra contigo.

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