4 de diciembre de 2009

Retiro de Adviento 27 y 28 de noviembre de 2009

Es una bendición de Dios que por segundo año consecutivo mi cumpleaños caiga dentro de un retiro espiritual, en especial en el de Adviento. Hoy veintiocho de noviembre de 2009, siendo la víspera me mi cumpleaños número veinticinco, siento una inmensa alegría imperando en mi interior: agradezco a Dios por tan maravilloso regalo.

Iniciamos nuestro retiro siendo las ocho de la noche, dirigido por el sacerdote Domingo Leguas.
El padre nos propone reflexionar sobre el desierto, previo al adviento. El ser humano necesita retirarse a un lugar apartado para orar, contemplar, hablar con Dios, encontrarse consigo mismo. Vivimos en un activismo y a una velocidad estrepitante, que nuestro encuentro con Dios se hace muy difícil. El activismo es tan sólo una excusa para no estar solo. Pero cuando oramos tal soledad no existe, porque estamos con Aquél que sabemos que nos quiere. No hace falta hablar, con que escuchemos es suficiente.

Hoy más que nunca necesitamos la experiencia del retiro y del desierto. La sociedad en la que vivimos cada vez más se hace muy ruidosa, por lo que en determinadas ocasiones anhelamos un momento de soledad donde sólo se escuche el sonido del silencio. Es en ese silencio donde nace en nosotros la necesidad de conocer a Dios. Puesto que a Dios no se le sabe, sino que se le conoce, es necesario tener experiencia de Él.

Es interesante lo misterioso que resulta el desierto. Bien sabemos que es un lugar inhóspito y con muy pocos elementos para la supervivencia, sin embargo Dios se vale de él para moldear al ser humano. Es en el desierto donde el ser humano se encuentra consigo mismo. Fue en el desierto donde Dios educó por cuarenta años al pueblo de Israel; Juan el Bautista pasó por el desierto antes de empezar su ministerio; Jesús fue al desierto donde fue tentado. En el desierto sólo pueden habitar Dios y el Diablo. Del desierto se sale sabio, porque Dios le da esa ciencia infusa del Espíritu Santo, quien es capaz de aguantar los malos tiempos.

En el desierto se da un arbusto muy oloroso llamado Romero, es muy ligero y se utiliza mucho en el arte culinario. El ser humano debe ser como el romero: ligero. Mientras menos cosas nos molesten, mejor es para nuestro espíritu. En el desierto se preparan los caminos del Señor, porque es el tiempo de la fidelidad y del amor.

Nos contaba el padre Domingo que Oseas era un profeta que se casó con la mujer que tanto amaba. El único inconveniente que ella tenía era que era prostituta y, aun sabiendo el gran amor que sentía Oseas por ella, aun continuaba prostituyéndose. Oseas se da cuenta de lo que sucede y reflexiona al respecto. Entonces cae en la cuenta de que eso mismo le pasaba a Dios con el pueblo de Israel: mientras Dio seguía fiel al pueblo, éste seguía prostituyéndose. Los mismo nos pasa a nosotros, Dios nos ama y nosotros continuamos prostituyéndonos. En un mundo como el nuestro, la fidelidad está perdiendo terreno. Dios nos pide que seamos fieles, que les seamos fieles. Pero ¿Cómo ser fiel si no oramos? Para orar Dios nos pide sólo dos cosas: subir a nuestra habitación y cerrar la puerta con llave (Mt 6,6). Vuelvo y repito que para orar no necitas decir nada.

Existe un desierto que no es geográfico, sino teológico. Éste desierto consiste en hacer una interrupción en las actividades que realizamos en nuestro activismo diario. Cualquier lugar de nuestro ambiente puede convertirse en un desierto, sólo hace falta templar el corazón y ponerlo al unísono con Dios. Si te lo propones lo puedes lograr. Recuerda estas bellas palabras de Teresa de Jesús:

Nada te turbe,
Nada te espante,
Todos se pasa,
Dios no se muda;
La paciencia todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene,
Nada le falta:
Sólo Dios basta.

¡Cuánto nos cuesta hacer silencio! La mayoría del tiempo nos la pasamos hablando, y no le damos espacio a Dios para que nos hable. Dios habla cuando el hombre aprende a callar. Saca un día de tu vida y calla. Desconéctate del mundo y conéctate con Dios. Personalmente sé que no es fácil callar, porque a nuestro alrededor hay bastante ruido, y no siempre ruido físico. Existen diversos elementos que son ruidosos y no nos permiten callar. Un ejemplo claro es el internet. Quienes tienen acceso a este maravilloso medio (hay que ser sincero, es maravilloso) se vuelven muy dependiente de él, entonces surge una pregunta ¿Quién debe gobernar, el hombre o la máquina? Al dejar que nuestros instintos nos dominen a la hora de usar el internet, nuestra mente se llena de ruido. Ahora bien, quienes no tienen acceso constante a la red, lo complementan con otros medios, tales como los celulares, en especial con los de última tecnología. En esta familia entran el Iphone y los archyfamosos Black Berry. Además, se añaden a la lista la tele y la radio. Una vez leí en una afamada revista dominicana el comentario de una joven sobre su “BB”. Ella decía: “el BB es lo mejor que se han inventado. No puedo vivir sin mi BB”. Eso quiere decir que le damos a estos aparatos una preponderancia en nuestras vidas, y Dios ¿Dónde queda? El internet, el Iphone, los BBs, don los nuevos becerros de oro de estos tiempos. ¿Hasta cuándo ultrajarán mi nombre?, dice el Señor. Es hora de desconectarte del mundo y conectarte con Dios.

Tomemos de ejemplo a Jesús cuando oraba. La oración de Jesús no era algo secundario ni marginal, al contrario, la oración en la vida de Jesús ocupaba un lugar esencialmente fundamental. Jesús se retiraba al desierto antes de empezar su actividad profética. Antes de elegir a los doce, pasó la noche orando en el desierto. De manera que, las grandes decisiones de Jesús fueron precedidas por la oración. Si Dios lo sabe todo mucho antes de que lo pensemos, ¿Por qué no consultarle antes de lanzarnos hacia algo?

Jesús buscaba siempre un lugar que le ayudara con la oración: el desierto, el Monte Tabor, etc. Estamos aturdidos por el ruido, por ello necesitamos retirarnos. Jesús nunca paró de orar. Sin importar la situación en la que se encontrara, Jesús oraba. Él elevaba una oración de gratitud: “Gracias, Padre, porque estas cosas se las revelas a los sencillos…” “Padre, gracias por escucharme, porque yo sé que Tú siempre me escuchas”; también Jesús elevaba una oración de petición. Por ejemplo, mientras Jesús estaba en la cruz dijo: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.” “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Oren, porque hay demonios que sólo se pueden vencer con la oración. Esa oración debe ser reforzada con el ayuno, y qué mejor momento para ayunar que un retiro. Hay que orar a tiempo y a destiempo. Así como buscamos agua y alimento para saciar nuestra hambre, así mismo debemos orar al Padre para alimentar nuestro espíritu. Muchas personas son testigos cómo de repente su estado de ánimo sufre un cambio brusco y no saben el por qué, ¿No será que nuestro espíritu se debilita y nos exige un encuentro con Dios? Pablo nos dice que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, por lo que el Espíritu que viene del Padre anhela encontrarse con Él. ¿Por qué negarle ese encuentro? Ora en todo momento, en todo lugar. Si te sientes triste, ora; abandonado/a por Dios, ora. Jesús estuvo en situaciones mucho más peores a las que cualquier persona pudiera estar y nunca dejó de orar.”Si es posible aparta de mí este cáliz…” “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. No importa la situación en la que te encuentres, ora. Si no oras, acabarás como un palo seco. Nuestra alma estará inquieta hasta que descanse en Dios, dice San Agustín.

Busca tener la experiencia del desierto en tu vida y encuéntrate con Aquél que sabes que te quiere.

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