11 de diciembre de 2013

La era de la condena

Recuerdo las palabras dichas por Jesucristo a todos sus seguidores: “no juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados” (Lc 6,37). Hoy en día la gente suele hacer, no solo juicios a priori sobre los demás, sino que también los condenan. Esto llama mucho mi atención, ya que la justicia establece que todo el mundo es inocente hasta tanto no se demuestre lo contrario. Sin embargo, actualmente ese principio se da de manera inversa: te condenan hasta que puedas demostrar tu inocencia. Parece ser que a ningún humano se le está permitido errar, porque enseguida llueven críticas, ofensas, juicio y condenación. Se han olvidado de las sabias palabras de Terencio cuando dijo: “nada humano me es ajeno”. Pero, ¿qué le lleva a una persona acusar con ímpetu a otra? Ciertamente, no siempre abundan las pruebas fehacientes sobre la veracidad de las acusaciones, más bien parecen expresiones de sentimientos indebidamente reprimidos. Algo así como querer descubrir en el otro aquello que yo padezco. Los demás son como ese espejo en el que se refleja la vergüenza de mi desnudez. ¡Sea usted el jurado! Escribirán por ahí los medios de comunicación, que hacen su mejor esfuerzo para “comunicar”. A propósito de los medios de comunicación, he notado el marcado acento sensacionalista en ciertos temas de interés y sensibilidad nacional. Temas como las drogas, los feminicidios, la pederastia, la corrupción, etc. son tratados con mucha ligereza, en donde se limitan a hacer juicios y condenas, obviando el esfuerzo de concienciar a la población para que pueda enfrentar estos problemas con entereza. A mi entender, sembrando el morbo entre la población pocos resultados positivos se obtendrán, al contrario, solo se logrará levantar el polvo, dejando contaminado el ambiente. Ese periodismo morboso que se está haciendo en nuestro país le resta veracidad y objetividad a la prensa, creando dudas de si la información escrita es real o es simplemente interpretación del autor. Ante esta situación cabe preguntarnos ¿en dónde queda la moral de la persona acusada injustamente? Es fácil recobrar la libertad, mas no así recobrar la moral dañada. Los juicios que se hacen sin tomar en cuenta los sentimientos, la moral y la dignidad de la persona, no solo son actos de cobardía, sino que terminan disminuyendo su credibilidad ante los demás. Es lamentable cómo muchas personas, de aparente renombre, se presten para afrontar una actitud tan baja a la hora de levantar falsos testimonios hacia los demás. Tanto así que no se toma en cuenta las repercusiones que podrían tener dichas acusaciones en la familia del afectado. No por esta razón debe dejar de hacerse uso de la ley a todo aquel que delinque, el problema radica en querer destruir su moral, su dignidad, como si nosotros estuviéramos exentos de caer en los mismos errores y desgracias. La vida es como un círculo en movimiento, unas veces estamos arriba, otras veces abajo, pero siempre en movimiento. Cuando juzgamos a los demás corremos el riesgo de ser juzgados con la misma vara con que juzguemos. Seamos sabios y limitémonos a observar y callar, a no ser que nuestro silencio sea más elocuente que nuestras palabras.

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