Después de un largo y turbulento viaje
Por los tempestuosos mares del amor,
Por fin –en sus profundidades-
Me he tropezado con un tesoro de incalculable valor.
No son rubíes, ni esmeralda,
Ni diamantes, ni zafiros;
Son dos ojos que reflejan el cielo;
Son dos labios que anuncian los vientos;
Son dos pies que caminan por las nubes;
Son dos brazos que cubren la tierra.
Es un cuerpo de exuberante belleza.
Ella… Sí, ella. Es una mujer.
Una mujer que con su voz tenue
Y su mirada penetrante,
Sin preguntar, hipnotizó mi buen corazón
Dejándolo palpitando de amor.
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