4 de diciembre de 2012

Dos niños, sus bicicletas y sus sueños

Hurgando entre algunas cosas pertenecientes a nuestro querido y fenecido Padre Avelino Fernández, me encontré con esta bella historia titulada "Dos niños, sus bicicletas y sus sueños". Quise publicarla tal cual la encontré, pues busco así honrar la memoria del Padre Avelino. A mí, particularmente me conmovió. Espero a ustedes también.

Dos niños, sus bicicletas y sus sueños

Una noche serena y fría del mes de Diciembre, en Pedernales, hace ya muchos años, compartía con una señora amiga de la Parroquia. Lo hacíamos sentados en la acera, en cómodas mecedoras. Justo frente a su casa. A nuestros pies dos niños que no alcanzaban los diez años conversaban usando el contén como asiento. Algo extraño me llamó la atención de aquella conversación y haciendo señas a la señora le indiqué que prestáramos atención al intercambio infantil.

Los niños, uno haitiano y el otro dominicano hablaban de bicicletas. Piti Joseph, el haitianito limpiabotas le hablaba a Marcos en Español. El dominicano Marcos hablaba en Creole. El limpiabotas quería su bicicleta para viajar en ella hasta Puerto Príncipe a darle un beso a su abuelito lejano. Marcos deseaba también una bicicleta. La quería para viajar hasta un lugar donde lo hicieran Ingeniero y pagar así todo lo que sus padres hacían por él. Aquella noche me di cuenta, por primera vez, que para entender la frontera había que vivir en ella.

Pasaron dos o tres meses y alguien venido de Anse-a-Pitre me trajo la noticia que la barca de cabotaje que regularmente viajaba entre Anse-a-Pitre y Jacmel se había hundido en el mar. Llevaba cuarenta pasajeros haitianos y todos se ahogaron. Organicé de inmediato una misa en el poblado haitiano para orar por todos los muertos de aquella tragedia marítima. La celebramos al día siguiente. Allí me enteré que Piti Joseph, su mamá y su bicicleta se habían ido con la barca al fondo del Mar Caribe. Marcos vino a la misa y después de la misma se me acercó lloroso para decirme, -“Padre le pedí a Jesús que aún muerto llevara a mi amigo a darle un beso a su abuelito”. -Le contesté a Marcos que para Dios no había nada imposible. Volví a pensar que para entender la frontera había que vivir en ella.
Pasaron muchos años. Regresaba un día de celebrar la misa en Anse-a-Pitre. Solía dejar mi Jeep del lado dominicano y recorría a pies la aldea haitiana. Supuesto ya a cruzar el seco lecho del río Pedernales me alcanzó un D.T. vestido de fango desde sus ruedas hasta el casco del conductor. Ya junto a mí reconocí la voz del Ingeniero Marcos.

-Padre, soy yo, Marcos, vengo de Puerto Príncipe. Le pregunté a la tía de Piti Joseph por el cementerio donde enterraron al señor Pierre, el abuelito lejano. Encontré en el cementerio a un viejo sepulturero y al preguntarle por la tumba me señaló una. En seguida me preguntó que si el señor Pierre era pariente mío. Le contesté que no. Era amigo de mi padre. Me acompañó hasta la tumba y me dijo, “señor soy muy viejo en este oficio. Llegado un tiempo empezamos a ver visiones y nunca logramos saber si son o no una realidad”. -El viejo continuó. “Un día hace ya mucho tiempo vi una bicicleta bajar del cielo, se posó sobre la tumba, se inclinó sobre la misma como si alguien la montara. En segundos muy rápido regresó hacia el cielo.” -Padre muy agradecido de Jesús me acerqué a la tumba y la besé. -Marcos aceleró su DT y no tuve la oportunidad de decir nada. Tampoco hubiese podido. Me di cuenta que estaba llorando. Crucé el lecho seco y me apresuré, con el pañuelo, a secar mis lágrimas. El eterno Cabo Medina, centinela en el lado dominicano, me preguntó, -“Padre, ¿qué le pasa? -Señalando hacia el lecho seco le contesté, Cabo Medina, no me pasa nada, es que acabo de ver a Dios.

P. Avelino Fernández

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