18 de enero de 2009

Pam y Yo

Eran las 7:30 de la noche de un día cualquiera del mes de julio en el año 2005. La luna resplandecía como si fuera la última vez que ofrecía su luz al universo. Las estrellas quedaban apagada con tal majestuosa luz. El viento contraído no se sentía en la atmósfera. La gente iba como los plebeyos, de aquí para allá y de allá para acá. Tan sólo cinco minutos hicieron falta para que finalmente arribara a casa de mi novia Pamela, una joven bella y hermosa, de sonrisa tenue y temperamento apacible. No era fácil de persuadir ni difícil de querer. Llevábamos un año, un mes y ocho días de novios. En mi interior sucedía algo inexplicable: dos sensaciones luchando por sobrevivir, una queriendo destruir a la otra. En mi conciencia estaba la idea irrevocable de terminar la relación. ¿La razón? Había tomado la decisión de entrar a un Seminario para estudiar para ser sacerdote. Por otro lado, en mi corazón yacía la idea de que ella era la mujer a quien amaba y de quien me había enamorado locamente. Les digo que esta vez ganó la razón.

Llegué a la casa y me la encontré como siempre esperándome en el barcón bien arregladita, con un destello de belleza natural rondando por su piel. A pesar de mis planes para terminar la relación con ella, no pude soportar la tentación de besar a mi linda novia.

-Tenemos que hablar. -Le dije con voz apagada. Ella me dijo -eso mismo quería decirte. Le di el privilegio de hablar primero.

-Hablé con mami y papi sobre nosotros y me dijeron que podemos ser novios con su consentimiento. (Todo el tiempo de nuestra relación fue a espalda de sus padres, por lo rectos que eran).
Esa noticia me había desconcertado, pues hizo aun más difícil la confesión que le iba a decir en aquel momento.

-Decidí entrar al Seminario.- le dije. Un gran silencio hubo en la escena y dos lágrimas se deslizaron por sus mejillas y dos lágrimas rodaron por mi rostro.

-Siempre sospeché que ibas a tomar esa decisión -me dijo- pero siempre mantuve la esperanza de que ibas a cambiar de idea y que siempre permaneceríamos juntos.

-Lo siento mucho Pam- le dije- pero las cosas se suceden así y hay decisiones que deben tomarse aunque nos duelan en lo más profundo. Te amo con todo mi corazón, pero el llamado de Dios ha penetrado en lo más profundo de mi corazón, mi cuerpo, mi mente y mi alma.

-No soportaré mucho esta situación si tú estás muy cerca de mi -me dijo- por lo que te pediré que te alejes de mi un tiempo para ver si así te saco de mi corazón y logro verte como un amigo.

Me alejé de ella, pero antes nos dimos un beso de despedida.

Le pregunté lo que vi en una película de Denzer Washington de título Deja Vu: ¿Qué harías si tuvieras que decir algo importante y no te creen? A lo que ella me respondió lo mismo de la película: Lo intentaría.

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